El deseo implícito de una mente desquiciada.

Per me si va ne la citta’ dolente,
Per me si va ne l’eterno dolore,
Per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:
Fecemi la divina potestate,
La somma sapienza e ‘l primo amore.

Dinanzi a me non fur cose create
Se non eterne, e io eterna duro.
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

lunes, 3 de enero de 2011

Negro:Gris:Blanco.

Ya no aguanto más, estoy harto. A pesar de mis intentos no puedo suprimir los juicios que como persona emito.

Me gustaría estar por encima de mi propia mente y de sus crueles juegos pasionales y emocionales. Remontándome a la corriente Iluminista del siglo XVII-XVIII he probado a entrenar mi mente bajo los dogmas de la razón, de la incuestionable lógica. El problema es que era un entrenamiento meramente formal, la educación de mi intelecto consistía en la anulación de los demás aspectos de mi ser, dirigidos por la mente; consistía en la supresión de los demás sentimientos de manera absoluta, enterrando las semillas de la felicidad y la tristeza bajo un manto de ilusiones bruscamente apartadas por la razón. Creí ver una luz, una guía salda y firme, un apoyo, un camino definido listo para ser recorrido por mí. La razón me mantenía despierto y atento, pendiente de la meta que pretendía lograr: una vida razonable, una vida mejor. Como hicieron los iluministas, dejé el dominio de mi cuerpo a mi mente y mi propia mente la dejé bajo las órdenes de la razón. Así trascurrió el tiempo, no sin irregularidades, algo pugnaba por salir, por escapar a su encierro, algo fuerte, que me superaba y que aún lo hace.

Las rotas ilusiones habían resultado un fértil manto de alimento para las pasiones latentes, una parte de mi mente no se había rendido nunca al absolutismo de la razón y esperaba una catarsis espiritual. Un día como otro cualquiera el muro racional que mantenía aislada mi mente y mi alma del resto de emociones cayó derribado por una explosión de experiencias no asimiladas, de juicios no emitidos, de valores infringidos, de sentimientos no vividos y de pasiones que buscaban materializarse en mi. Quise ser fiel al único principio que había establecido, a la regla inquebrantable que más tarde hice añicos, quise seguir por encima de todo a la razón pura frente a los demás aspectos de mi mente. Es evidente que no lo logré. Nunca he sabido si fue por falta de voluntad, si fue por falta de disciplina mental o si simplemente es algo imposible de lograr y que los filósofos racionales del iluminismo europeo eran unos hipócritas; no podría decirlo, de momento el hipócrita soy yo.

Todo estalló en mi interior e irremediablemente me hundí, herido de muerte en mi orgullo, en mi personalidad. Los sentimientos se desbordaron y me volví una persona emocional, melancólica, empática tan solo conmigo mismo, egoísta en mi dolor, encerrado en mi tristeza debido a los prejuicios creados en mi mente; me sentía incomprendido.

No recuerdo con exactitud cuánto tiempo pasé hundido en la derrota, cayendo cada día más hacia un futuro incierto, tan solo aliviado por la alienación de mi persona, por la lectura de relatos confortables, pero irremediablemente perdido. El desequilibrio emocional que se generó en mí tras la caída de la razón me costó muchos días oscuros, teñidos con un velo gris, que ocultaba el color del mundo y de las demás personas y me obligaba a mantener una actitud egoísta.

Suele decirse que en estos momentos tan críticos suelen estar los amigos para reconfortar el espíritu, pero en mi caso no estaban. Aprendí a convivir con la soledad, con la que, aún hoy, me encuentro muchas tardes, a base de días vacíos y noches largas. Comprendí muchas cosas y, desde aquella nueva perspectiva, observé el pasar del tiempo y el movimiento de los seres humanos, y me sorprendí. Me sentí diferente de los demás jóvenes de mi edad, ninguno de ellos parecía conocer la soledad, ninguno parecía entender mi mirada triste, ninguno parecía ver mi estado de ánimo por encima de las engañosas apariencias. Sin embargo este estado que sufría lo observé en personas mayores, cercanas a la vejez; me sentí viejo.

De esta forzosa convivencia, derivada de mi introversión abusiva y de la ruptura casi completa con el mundo exterior, siendo los únicos filones mediadores la familia y el colegio, obtuve provecho, una formación forzosa, no deseada. Aprendí a convivir conmigo mismo, pues la soledad no es más que una convivencia con nuestros propios pensamientos, con mis emociones, pero no logré controlarlas, no logré controlar los juicios que me causan tantos problemas. El desequilibrio se mantuvo y en mi encierro interior intenté sufrir todo lo que había guardado, en silencio. El resultado de todo fue el mismo que sufriría una persona al situarse físicamente bajo una cascada de gran altura: los sentimientos ocuparon mis sentidos invadiendo mi espacio, rompiendo barreras, todos a la vez, generando un gran desorden en mi interior.

Tras pasar largo tiempo conmigo mismo logré crear un equilibrio entre mis sentidos y mi mente, logré equilibrar la balanza de lo que siento y de lo que estoy dispuesto a sentir. Este equilibrio era inestable: algunos días estaba saturado de emociones, negativas en mayor medida, y me sentía triste, otros las únicas emociones que ocupaban mi sentir eran positivas y me sentía muy feliz; vivía entre blanco y negro, no existía el gris.

Hasta que un día me sentí apático, comencé a aborrecer el mundo, a las personas, a mis pensamientos y a mi mente. Entonces me sentí verdaderamente extraviado, pues me movía en la dimensión del aburrimiento, adonde van las personas que acaban por perder su meta, su objetivo y quedan vacías por completo, sin tristezas ni alegrías. Mi mente se volvió gris.

Perdí mucho esas semanas que pasé en estado neutro, sin ganas ni necesidades. Aprendí a ser un falso escéptico, la indiferencia y apatía de la que nacía una crítica hueca hacia todo lo que me rodeaba, falsa indiferencia, falsa apatía, falso escepticismo. En realidad una parte de mí sintió todo lo que sucedió durante aquel lapso de tiempo, simplemente lo descarté, no lo tuve en cuenta y creí haber llegado a la ataraxia; pero obviamente no era la ataraxia. Tal vez fuera simplemente una imperturbabilidad aparente derivada del cansancio generado por la lucha entre las emociones contradictorias que habían hecho de mi mente y de mi alma su particular campo de batalla; tal vez fuera tan solo que acabé por aburrirme del juego de las pasiones y por esto abdiqué a favor de la automatizada respuesta que todo animal genera cuando se encuentra en peligro de muerte: la supervivencia. Así viví como un vegetal, escondido en mi mente, en el reducto libre de peligros, custodiado por mis valores más puros, donde dormí durante lo que me pareció una pequeña eternidad.

Al despertar me encontré con un equilibrio que mi propio cuerpo había generado en ausencia de mi voluntad, cautiva de sí misma. Mantuve dicho equilibrio aferrándome a este como a un seguro de vida, pues, de alguna manera, sí que lo era. Pero inevitablemente, como todas las cosas y sistemas, se fue deteriorando.

Es evidente a qué llevó este deterioro de mi equilibrio: mis sentimientos se desbordaron. Tal vez esta sea una de las causas por las que expongo, resumidamente, las vivencias interiores de mis más recientes (una vez leí en un libro que es mejor utilizar eufemismos a decir directamente “últimos” por la connotación que esta palabra conlleva) meses de mi vida. Una lucha que estoy manteniendo en estos momentos, una búsqueda que llevo a cabo con el fin de lograr un equilibrio estable, valga la redundancia, y de lograr de alguna forma u otra la ataraxia.

Por eso mismo he decidido expresar los sentimientos que he mantenido encerrados en mi más íntimo ser, para que, expresando los conceptos generales de lo que he sentido, los particulares sentimientos abandonen mi mente, donde han establecido su morada, y dejen de dar vueltas en mi cabeza, siempre en círculos, sin encontrar una salida como la que les ofrezco yo ahora.

Los juicios siguen ahí, no logro librarme de ellos por mucho que piense una manera razonable de hacerlo. Estoy bastante cansado de no lograrlo y por eso mismo voy a hacer todo lo contrario de lo que me dice mi mente, es decir, voy a pedir ayuda.

Creo que la supresión de los juicios que yo pretendo no sea tal vez algo que pueda hacer solo y, por eso, me ayudaría mucho que aquellos que lean esto, sin obligaciones claro está, me propongan alguna forma de dejar atrás los juicios y prejuicios que me asolan.

Tal vez juntos podamos lograr lo que solos no hemos conseguido.

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