El deseo implícito de una mente desquiciada.

Per me si va ne la citta’ dolente,
Per me si va ne l’eterno dolore,
Per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:
Fecemi la divina potestate,
La somma sapienza e ‘l primo amore.

Dinanzi a me non fur cose create
Se non eterne, e io eterna duro.
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cristal petrificado.

Buscar se ha convertido en una obsesión. Todos sus pensamientos se focalizan el lo mismo, en el objeto de su búsqueda, en la meta a la que quiere llegar. Se mira alrededor, no ve más que sombras borrosas y no le importa. Corre en la dirección a la que su ambición le lleva, guiado por un propósito. Podría bien caminar con los ojos cerrados, pues nada cambiaría: ahora cae por un precipicio hacia la más honda sima, donde le aguarda el dolor, ni se inmuta ¿Qué dolor? No existe ningún dolor, solo aquel que nace del de no encontrar lo que se busca en este preciso instante. Sus cabellos alborotados por el viento mientras se lanza en una loca persecución en pos de su propia demencia. Porque esta búsqueda es tan solo locura, lo sabe. Mas ¿Qué importa si lo que tanto ansía es una simple imaginación, algo que nunca existió? El dolor se hace a veces tan intenso que soportarlo... soportarlo a duras penas le es posible. Ninguna lágrima fluye por su rostro, y este es como un cauce seco, el río estuvo ahí, pero tiempo atrás se secó. Su mente antes era capaz de alzar el vuelo con la elegancia de los cisnes, capaz de remontar la corriente con la gracia de los salmones, capaz de crear de la nada exquisitas filigranas de inconsistente cristal. Pero llegó el día en que su personalidad hiló una figura, donde quedó atrapado todo el poderío de su conciencia, y la hermosa figura, tan grácil y dúctil, se transmutó en fría piedra, calcando para siempre la idea en el centro de su mente.

Precisamente por eso ahora se le ve correr sin aparente dirección hacia el mundo que solo en su mente existe, un mundo que considera perfecto, esculpido hasta la saciedad, pulidas todas la imperfecciones, limadas todas las aristas. No se da cuenta (ah, ni siquiera se lo pregunta ¿Cambiaría algo eso?) de que esa forma petrificada era fruto de un instante, un enredo de momentos, una telaraña de impresiones que por naturaleza son variables, incapaces de quedar plasmadas para siempre, inservibles como modelo, pasajeras cómo ideas. Y, al ser contradicha la naturaleza exacta de la misma, no resulta ser lo que en realidad parece: la estructura sigue intacta, sí, pero... ¿Y el interior? Dentro de esas paredes tan logradas se posa el polvo, el hilo desapareció, ahora se acumula en los intrincados recovecos de una irrealidad imposible. Si es ficción o realidad ¿Qué más da? Todos saben que cada uno vive en su mundo, solo, rodeado de fantasmas, que desaparecen con el sol, y que cada noche resurgen de la niebla, lentos, inexorables, con la caída del astro rey, surgen las brumas y sus lamentos recuerdan al humano que en su mente permanece aislado del resto, que los demonios a nadie más pertenecen, cada uno con los suyos; pero nadie lo admite.

No persigue, pues, un sueño efímero, sino una realidad personal, duradera, que se opone al flujo natural de la esencia. Perdió algo un buen día y por eso comenzó a buscar ¿La inocencia tal vez? Quedó desamparado entre los infinitos mares de lágrimas que barren el concurrido desierto. Su oasis quedó anulado. Despertarse un día y pensar “El mundo no es como lo recordaba.” ¡Sí! Su letargo ha terminado. Ahora se encuentra frente a frente con algo que jamás sospechó que existía, con una inmensidad que le asusta y sin ningún lugar en el que refugiarse. Ya no tiene lugar en el mundo, el mundo no es ya lugar para él. Los lazos que le ataban se soltaron con facilidad ¿Le gustaría por un casual volver a estar atado? Tener un punto de apoyo en una micro realidad... Pero no, en el fondo de su espíritu sabe que jamás volverá nada a ser como antaño, cuando sus ojos estaban cerrados al mundo exterior. Aún así, sus ojos están ahora cerrados, no ven, no quiere ver, abandonado como está a una búsqueda en la que subyace el sentido de su vida. Que ciegue la ira o el amor es lo mismo, introspección, al fin y al cabo. El amor le ciega, un mundo ideal, eso es lo que ama, mas la inexistencia de ese mismo mundo es lo que le provoca ira, un dolor, que aunque no lo admita, le desgarra desde el interior, con afiladas esquirlas de diamante, pues puro es el sueño pero no el dolor que de este deriva.

Se precipita, sí, a la sima, pero, a quién le importa, ni siquiera a él. Vivir de una ilusión que jamás a dado muestras de existir, únicamente en el plano ideal, donde se forjan las más inexplicables esperanzas (veneno para la vida); es insuficiente. Se está ahogando y el aire que cree que respira, que no le deja morir en apariencia, es simplemente un producto de su imaginación, y el agua llena sus pulmones, con impensable ímpetu, con desatado amor. Obcecado en su búsqueda no ve que por el camino quedan desperdigadas millares de oportunidades, que saludan con la sonrisa torcida, anunciando algo que ya nunca será. No advierte que la vida pasa en una búsqueda irrealizable, aún así tuvo suerte de que no fuese una espera. Los gusanos del tiempo se desparraman por su rostro, lamen su cuerpo, lo hacen vulnerable... mientras que precipita sin tregua hacia el más negro abismo. Viviendo su desgracia como en un sueño no es capaz de escapar, de detener su caída y, ya casi al fondo, los salientes son escasos. En la vorágine emerge nítido el rostro donde todos los ríos confluyen, un muro insondable, acogedor y terrible al mismo tiempo. Una lágrima de ceniza brota de su pensamiento, y escapa de su cuerpo acariciando una de sus pupilas... y cuando esta lágrima se pierde en la brutal caída, la mente busca en vano una estructura que hasta hace unos instantes permanecía intacta en el centro de su reino; tan solo una ligera impronta, una señal de que algo ahora falta, es lo que queda en un vacío sideral. Y la conciencia ¡Oh! Su conciencia, se lanza con furia a ese vacío, sin encontrar más que soledad y un silencio sepulcral, algo que había ignorado hasta entonces, captada como estaba por la pétrea figura de un sueño.

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