El deseo implícito de una mente desquiciada.

Per me si va ne la citta’ dolente,
Per me si va ne l’eterno dolore,
Per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:
Fecemi la divina potestate,
La somma sapienza e ‘l primo amore.

Dinanzi a me non fur cose create
Se non eterne, e io eterna duro.
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

sábado, 27 de marzo de 2010

Mortal.

La playa estaba abarrotada de gente.
Hacía un día nublado, unas nubes ligeras que cubrían el sol, nada de importancia.
El mar estaba en calma, y yo también. Por una vez no tenía nada que temer, nada que pensar, nada de nada. Solo la calma.
Sopló una brisa incómoda que barrió la arena y creó remolinos de turbulenta arena fría, el sol no lograba superar la barrera.
Pero como todo lo que tiene un principio tiene un final, alguien interrumpió el paraíso melancólico en el que estaba inmerso.
Me miró e instintivamente lo seguí, no recuerdo nada de esa persona o ente, solo me dijo que me acercara al mar.
-Mira con los ojos, estás ciego.- susurró - Naciste para esto.-
Abrí los ojos, y fijé mis pupilas en la vasta inmensidad azul.
Y el las olas se oscurecieron reflejando las nubes, un océano negro, como mi temperamento.
-Observa-.
Las olas brotaron del mar como parásitos pugnando por salir de un huésped.
Rompían con tal furia que estaban partiendo la playa. Se tragaban la arena.
Y frente a mi nació el concepto. La muerte.
-Eso es. Naciste para esto.- repitió.
¿Sol?¿Donde estaba? No lo recuerdo.
La muerte se me presentó como una revelación de lo que soy, de lo que el ser humano es. Lo negué, lo negué, lo negué.
-Todo lo que tiene un principio tiene un final.-
-Entonces...¿Va a acabar esta pesadilla?- logré articular.
-Si. Acabará contigo-.
Entonces las lágrimas brotaron como sangre de una herida, abundantes y negras.
Y fueron a caer al mar negro, lágrimas negras.
Al mar negro, almas negras, muertas.
Y yo entre ellas. Muertos que caminan pensando no ser fruto del azar.
Lo entendí. Y el ente que me estaba mostrando mi final esbozó una sonrisa y, ligero como un soplo de viento, se fundió conmigo entre girones de niebla blanca.
Volví a mirar.
Incontables gritos ahogados aguijoneaban mis oídos, el dolor del ser humano, el castigo que nos hace ser lo que somos... lo que soy:
Mortal.

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