El deseo implícito de una mente desquiciada.

Per me si va ne la citta’ dolente,
Per me si va ne l’eterno dolore,
Per me si va tra la perduta gente.

Giustizia mosse il mio alto fattore:
Fecemi la divina potestate,
La somma sapienza e ‘l primo amore.

Dinanzi a me non fur cose create
Se non eterne, e io eterna duro.
Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

viernes, 12 de marzo de 2010

Un paseo por el infierno.

Con los primeros rayos del sol llegaron los cantos de los pájaros, un parloteo que llenaba el bosque. Los tonos grises de los que hacían gala los árboles fueron desapareciendo, y un verde brillante, como un éter de la vida eterna. Un mar de jade inundando una tierra de obsidiana.
Las densas brumas de la noche se deshacían en jirones sin forma y finalmente desaparecían.
En las pupilas de sus ojos se reflejaba el espectro de colores que se materializaban a una velocidad de vértigo.
El mundo volvía a nacer de sus cenizas otro día mas;
En el cielo celeste despuntaba un sol radiante, el escarlata del alba quedaba atrás.
Sumergido en ese colorido maremagnum de sensaciones no escuchaba cada sonido en particular, solo la sinfonía que el encinar le ofrecía. Una sinfonía visible y audible, empalagosa, dulce y pastosa, soberbia y sublime, sofocante y refrescante.
Y cada ruido era una nota, cada piar un acorde. Y en el cielo lapislázuli quizás los dioses estuvieran disfrutando de un bello despertar; quien sabe, quizá el encinar los deleitara todas las mañanas con ese clamor paradisiaco, con ese concierto simple y delicioso.
Nunca había sentido la vida con la claridad propia de un iluminado, jamás se había jactado de disfrutar, pero merecía la pena gritarle al mundo lo que estaba perdiendo.
Un grito agudo, un chillido contra la ipocresía y la insensibilidad, un grito contra el poder de los hombres, una llamada a la suprema Madre.
Y gritó, como nunca lo había hecho, ahogando la sinfonía matutina, desatando ríos de rabia que inundaron la mañana.
Cerró los ojos.
Y los abrió.
Las nubes cubrían el cielo, nubes negras carbón, tan densas que la oscuridad era casi total, ni un rayo de sol lograba acariciar la superficie.
Tensó el oído, nada, un silencio sepulcral llenaba el bosque, tan negro como las nubes, como la tierra, como la barrera que levantaba cada segundo envenenando sus sueños y sus deseos, sus aspiraciones y metas.
El vacío era un abismo, tragaba cada encina, cada pájaro silencioso, cada sonido, cada soplo de viento.
De la naturaleza muerta, de la sinfonía del bosque nació un retoño de cemento, tan duro y despiadado como cualquier humano, tan deforme y monstruoso como cualquier objetivo logrado.
Y tenía hambre, mucha hambre.
Engullió cada hectárea, con ansia asesina y sobrehumana, lamiendo la savia de cada árbol, descuartizando el bosque miembro por miembro creando un espectáculo grotesco.
Creció hasta engullir todo lo bello que existía, destronando a la Madre y matando a sus vástagos, y de los huesos de los hijos nacieron sus engendros de hierro y acero.
El grito se perdió entre las lujosas avenidas, entre los festines de mastines y entre los huesos de los precursores.
Pero nadie lo oyó.
Y se perdió en el olvido.

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